La terquedad le da vida a las librerías

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Foto: LAUD

El sexo, la comida y el cine obsesionan como pocas cosas en la vida, sin embargo cuantas malas experiencias podemos comentar sobre estas, demasiadas, tantas que uno podría escribir enciclopedias con cientos de páginas. ¿Pero por qué si todos vivimos no compartimos nuestra vida por lo menos en un libro? Seguramente porque ya lo hacemos a través de Facebook, pero la principal razón es que escribir como leer  es un reto casi imposible de superar.

Por eso y cientos de razones ir a una librería es una de las mejores experiencias que podemos tener en la vida. Aquí lo único negativo es no poder tener el dinero suficiente para comprar la cantidad de libros que uno quisiera, sueño con caminar por la Avenida Corrientes, comprar varios libros. Viajar por el mundo y hacer lo mismo en New York y en París, porque no hay nada más cosmopolita que entrar en una librería.
 
Mientras me tomo un café entra un estadounidense  que va a dar clases de inglés, en medio de la entrevista conozco al mejor grabador colombo-italiano más importante del país, el maestro Umberto Giangrandi y luego saludo a tres italianos que en su último día en Bogotá decidieron conocer  la librería, tras varios minutos de conversación, sin darme cuenta me convierto en librero y le habló de la importancia del premio Rómulo Gallegos y del estilo de William Ospina, pero ellos compran el libro ‘Plegaria por un papa envenenado’ de Evelio Rosero.
 
Les juro que dudé si la Librería Luvina era un sitio turístico, pero después de pasar una tarde y descubrir que en guías turísticas editadas en Sao Paulo, Berlín y New York y en las cuales referencian la librería, me tranquilicé de inmediato. Pero qué es Luvina además de ser el cerro más alto del ‘El Llano en Llamas’ de Juan Rulfo, pues es una librería eso está más que claro, pero también es un centro cultural, un café en medio de los libros, un bar al lado del café, un auditorio, una sala de exposiciones y de cine y más. Se los juro de nuevo, porque estuve ahí, porque volveré pero aun así es complejo de creer debido a que es un lugar en una esquina al frente de las Torres del Parque en el barrio La Macarena, con tan sólo dos piso y un área de 142 metros cuadrados, por esa razón cuatro veces por semana se transforma según lo amerite la ocasión.
 
Carlos Luis Torres dueño del lugar vive alrededor de los libros, es escritor, librero y lector. “Claro que esto es una obsesión, mi vida gira alrededor  de los libros, mi vida gira alrededor del texto, mis amores giran alrededor del texto, mis vicios y mis pasiones”, confesó Torres.
 
Lo primero que pueden encontrar los visitantes es un mueble que contiene guías turísticas de Bogotá en varios idiomas, una barra de bar, un sitio para el café y las paredes llenas de libros. Al fondo las escaleras que conducen los sábados a una sala de cine y el resto de días a la sala de exposición que el próximo año su curaduría la harán desde París.
 
Fernando Vallejo, Ospina, Montoya se han sentado ahí para hablar de literatura, es más la nueva idea que ya comenzó es tener un librero invitado, la primera fue Piedad Bonnett ya se podrán imaginar el éxito de la experiencia.  Allí todos los lunes, y en caso de que sea festivo,  los días martes se reúnen amigos para leer en voz alta. “Leer en voz alta era una tradición que se había perdido y de pronto descubro con el paso del tiempo que la gente quiere que la oigan, quiere oírse, quiere compartir su voz, sus imperfecciones, su dificultad de pronunciar en inglés o en alemán o de pronunciar la palabra francesa que está en medio del texto, entonces el espacio colectivo del placer del texto es el eje central de Luvina”  describió el librero.
 
Carlos nos confiesa dos secretos que han hecho que la librería sea exitosa,  la primera confesión es que no le venden a desconocidos, allí pueden llegar clientes pero cuando se van son amigos y lo segundo es que Luvina no es un negocio. Lamentablemente las palabras son ciertas y no es que me moleste lo de la amistad, pero no dejo de pensar que los libros y la cultura no dan para que se mantenga el lugar, la verdad es que si no fuera por el café, Luvina no podría mantenerse.
 
Hace años que escucho que las librerías en Bogotá están en vía de extinción y creo que tienen razón, pero esa seducción se resiste tercamente a desaparecer, por eso cuando entro .a una, así sea Panamericana, no puedo ocultar el placer que despierta en mí.  

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