Julián el limpiavidrios

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Foto: LAUD

Cada mañana en el semáforo se le encuentra con una mirada difícil de descifrar, tan llena de odio, tan llena de dolor; sólo él sabe lo que ha tenido que vivir. 

Julián viste una camiseta la cual  algún día fue blanca, un pantalón de sudadera verde que hizo parte del colegio al que  frecuentó en su intento de superarse, unos tenis Adidas Campus que le regaló su “parcero” Jonathan y como parte de su atuendo diario lleva una toallita y un limpiavidrios hecha por él mismo con los restos de un palo de escoba y un trapo viejo. Su piel es áspera y su manos son como pies los cuales han caminado sin protección miles de kilómetros durante 19 años, los mismos que afirma tener.

Se dice que los ojos son el espejo del alma, desde la programación neurolingüística, se conoce como claves oculares y son las maneras de obtener información del individuo a quien se observa,  con Julián no fue fácil  en medio del ruido, smog, estrés y bajo el sol de las 10:00 A.M de la calle 26 en Bogotá. Me sentía algo incomodo al acercarme y ver que no ha tenido una buena mañana para que llegue un extraño a pedirle un poco de “su apreciado tiempo” pues él está trabajando y no hay nada más molesto que interrumpan tu trabajo y mucho más cuando se está encaramado en la parte trasera de un carro limpiando vidrios por unas monedas. 

¿Qué necesita parcero? Me pregunta con tono desafiante, pero interesado se me acerca con su mirada intimidante, la misma que hace subir las ventanas de los carros los cuales esperan el verde en el semáforo. En su mano izquierda tiene $400 que acaba de recaudar por su trabajo. Al presentarme indirectamente me dice que en una hora recolecta $5.000 por lo que accedo y sigo con la intensión de que crea un poco en el extraño que le habla.

Lleva cuatro años sobreviviendo en la calles de la capital colombiana, vive en un albergue ubicado en el barrio Santa Fe en donde paga $7.000 diarios y  lo que queda de su familia no conoce lo más mínimo. Como en las “buenas familias” heredó de su madre, Lucero, ganarse la vida honradamente y sin hacer daño a los demás. Lucero hizo lo posible para que Julián no siguiera los mismos pasos de su padre quien despareció de un día para otro perdido en las drogas y malos pasos. “Mi cucha vendía bolsas y dulces en el Santa Fe, hasta que me la quitaron” al contarme esto por primera vez en esta mañana me mira directo a los ojos “un gomelito en su carro me la mató” un nudo se hace en mi garganta y los motores de los carros y motos pasan a ser protagonistas del silencio que nos acompañó en ese instante.

Un cigarrillo hace que Julián sonría mientras guarda las monedas en el pantalón de sudadera que lleva, la misma que le quedó del colegio distrital en donde cursaba grado séptimo y ahora usa para trabajar. <Jonathan ahora pasa y me trae la merienda> se levanta al estar el semáforo en rojo y se dispone a hacer su labor en esta pausa. La mirada perdida de los apretados pasajeros en TransMilenio, la indiferencia de los conductores que están más atentos a las redes sociales o al chat en sus lujosos celulares, maquillaje, seños fruncidos y el afán de quienes transitan por esta vía es el espacio de trabajo de Julián. Regresa a mi lado con una moneda de $500 y mirándome por segunda vez a los ojos me dice “si pilla parce, la gente cree que los voy a robar pero a mí no me trama eso, no quiero problemas”.

Ya ha pasado media hora y ha ganado casi $6.000 solo faltarían mil pesos para tener lo del albergue. En esta avenida lleva solo tres meses, antes era empleado de un lavadero de carros en el centro de Bogotá en donde le pagaban por día la mitad de lo que recolecta hoy en día con su trabajo como “independiente”; su amigo Jonathan, al que conoció en su antiguo trabajo le mostró esta modalidad de ingreso informal y le cedió la esquina. Como en las grandes ciudades y también pequeñas, las esquinas y semáforos tienen dueño o administradores. Julián afirma que por eso no se mueve de su zona porque “pierde” “una vez el mono del otro semáforo se las quiso tirar de vivo llegando más temprano, pero perdió”. Para ganar las esquinas hay que ser “parao” o tener una “gallada” que lo respalde y se puede decir que Julián es “parao” y contó con el apoyo de su “parcero”.

En menos de una hora Julián recolectó los $7000 pesos para dormir en una casa que alberga a vendedores informales, trabajadoras sexuales y hasta “los pillos” como él los llama, para poder dormir bajo un techo y donde le ofrecen un pan y tinto endulzado con panela o chocolate en agua. En este lugar hay camarotes en los cuales se acomodan según vayan llegando. “Cuando salgo en las noches con Jonathan y las parceras me ha tocado llegar a dormir en los cambuches de dos mil”,  comenta con una sonrisa picara y puedo notar que sus ojos se aclaran al mencionar sus momentos de “rumba”, que todos tenemos. El dinero sobrante de sus ingresos diarios los usa para comprar una bolsa pequeña de jabón en polvo cuyo  costo es de $500 y el agua,  afirma que la envasa en una botella retornable cuando sale del refugio.

“Parcero ahí viene el Jonathan, ¿qué más necesita?” me dice con afán al prender otro cigarrillo, he estado a la expectativa de su “parcero” y al ver el nerviosismo de su mirada opto por agradecer su tiempo en esta fría pero bochornosa mañana de Bogotá; a Jonathan nunca lo vi.

Cada cambio de semáforo dura aproximadamente un minuto, esto quiere decir que Julián está todo el tiempo activo, esperando que llegue el vehículo con la necesidad de una pequeña y rustica limpieza o del que aparente poder ayudar.

Pero no todo es tan fácil como parece, la indiferencia y la falta de respeto por los otros se deja ver en cada momento, el desespero por no recibir ni una sola moneda en una pausa de tráfico y al estar horas seguidas hace que muchos de los miles limpiavidrios que hay en la capital aborden los carros sin consentimiento de sus conductores, hecho que se vuelve altamente peligroso para ellos y molesto para quien conduce. Así como el que aprovecha esta modalidad de supervivencia para hacer de las suyas y apropiarse de lo ajeno.

Julián el limpiavidrios, se gana la vida y sobrevive en ese mundo que a diario vemos y al que somos tan indiferentes, vivimos en una sociedad que está cansada de la inseguridad, de la falta de apoyo por parte de los entes gubernamentales y entidades competentes, una sociedad que se acostumbra a la desigualdad y ve con desprecio a personas que no han contado con las mismas oportunidades o que simplemente han tomado malas decisiones. Cada día contamos con un minuto para ayudar a quien lo necesita y para estar en los zapatos de quien no los tiene. 

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