El arte funerario: un oficio difícil de heredar

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Foto: LAUD

Los orígenes de este arte son antiquísimos y provienen de las civilizaciones egipcias, griegas y romanas. Las esculturas, diseños en las tumbas o representaciones artísticas como dibujos, mostraban una apreciación del ser humano después de su muerte.

Más allá de la importancia cultural y tradicional del arte funerario, con este las civilizaciones buscaban mantener inmortal la memoria de la humanidad.

Las Pirámides de Egipto, el tesoro de Tutankamón a los guerreros de Terracota que rodean la tumba del emperador Qin, el Mausoleo de Halicarnaso, el Sutton Hoo y el Taj Mahal son creaciones con concepción de arte funerario, que en le época era prioridad para las elites políticas y económicas.

Han cambiado las creencias década tras década y el arte funerario ha llegado a otras culturas inculcando el culto a la memoria. En Colombia el arte funerario fue heredado por varias culturas que llegaron a poblar las tierras en la era prehistórica. Algunos de estos terrenos con San Agustin y Tierradentro.  Gran parte de esta herencia ha sido recogida por entidades como el Museo Nacional, el Museo del Oro del Banco de la República.

Arte fúnebre en Bogotá

Desde los 15 años Wilson Rodríguez oriundo del Huila,  escultor empírico, se ha especializado en arte fúnebre pues su familia ha trabajado por alrededor de 30 años con mármol unos de los materiales más utilizados en este oficio.

Cerca al Cementerio Central de Bogotá en un pequeño local esquinero se ve al escultor rodeado del exceso de mármol al diseñar una placa en relieve, interrumpe su trabajo para atender un cliente y asegura que “este trabajo es muy competitivo, ya casi no hay escultores dedicados y apasionados por el arte. Además las escuelas en Colombia no preparan profesionalmente y la competencia hace que toque luchar por precio y no por calidad”.

Pasa 10 horas al día en esta marmolería, pues Wilson inicia su jornada laboral desde las 4:30 a.m. y termina al ocultarse el sol. Está acostumbrado al movimiento diurno de la ciudad, aunque no le guste y aseguré que TransMilenio “está jodido”.

Es muy organizado, está al tanto de los trabajos pendientes pues tan pronto llega a la marmolería abre su agenda y consulta sus entregas. “Cuando no tengo nada pendiente suelo leer algo de psicología, estudie seis semestres y me parece que este trabajo obliga a comprender la gente, conocer sus acciones, además porque estar todo el día aquí enloquece, ‘corre un poco el champú” cuenta Rodríguez.

También hace lectura de matemáticas y busca estar actualizado sobre los temas religiosos pues hacen parte de su trabajo. Además, en los tiempos libres diseña, dibuja o simplemente toma un café para salir de la rutina.

Recuerda con entusiasmo que cuando llegó a Bogotá y especialmente al conocer el Cementerio Central se veían lapidas hechas a mano y mármol pero asegura que esto cambiado pues “los escultores están limitados”.

La escultura es una arte interdisciplinar pues aquí se trabaja con matemática pura, física, estética concepción del arte, historia de arte, dibujo, escalas, perspectiva de bajos y altos relieves  y química entre otras áreas.

Pero a pesar de estas concepciones y conocimientos Wilson dice que “los procesos han cambiado mucho, no hay trabajo a mano y la gente prefiere el precio a la calidad. Mi trabajo es considerado como artesanal por eso el Distrito no valora el arte”.

La realización de una placa puede llevarle un día, depende de las especificaciones y diseños. Los precios de compra de material oscilan entre los 70 y 100 mil pesos. Cuando trabaja en escultura sus pedidos pueden demorar varios meses o hasta un año.

A propósito Wilson comentó “uno como escultor se va cerrando, se hace exclusivo, empieza a trabajar por contratos, pues no es fácil obtener insumos y hay que hacerles estudios para poder utilizarlos. Hay materiales importados de Brasil, El Salvador, Guatemala e Italia”.

Hay dos trabajos significativos que ha tenido la oportunidad de realizar: La Consecución de Venus en granito negro, obra que vendió al exterior y que lo dejó asombrado porque no sabía que tenía tanto talento. La otra se puede apreciar en el corazón de Bogotá, en el Centro de Memoria Histórica; es un homenaje a los mártires y al Bogotazo, elaborado en piedra, mide 2,80 m y de 80cm3.

En anteriores décadas el arte fúnebre era especialmente dedicado a personajes políticos o de clase alta. Pero ahora el trabajo de Wilson está enfocado en un 80% a jóvenes que pelean por una camiseta, “las placas que hacemos, en su mayoría son para enterrar bajo ellas jóvenes de barras bravas o personas muertas en actos violentos”  aseguró desmotivado.

Termina su día y se dispone a viajar nuevamente hasta su casa en el Tintal. Es casado y tiene dos pequeños hijos a los que dedica su tiempo restante y los fines de semana.

Finalmente, Wilson asegura que “la escultura y el arte fúnebre son oficios difíciles de heredar, pues ya a casi nadie le interesa y la academia ha dejado de aportar”.

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