Todo lo transitorio es sólo un símil

10/18/2011 - 09:07

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Esta es la tercera ocasión consecutiva que escribo de música, estoy lejos de ser un experto o crítico musical, sólo quiero compartir con ustedes lo dulce y fructífero que son los conciertos, de los cuales he tenido la fortuna de asistir y con la certeza que han sido espacios para un público especializado. Sólo intento transmitir a través de estas líneas, la variedad cultural que ofrece la ciudad para el público en general.

El primer contacto con la música docta, culta o académica fue gracias al cine y debo admitir que en muchas ocasiones por no decir siempre, la música me evocaba lo contrario a lo que expresaba su autor, por ejemplo, la música dedicada a Dios y con alto contenido religioso me aterraban por la película La Profecía y la identificaba con el mal, entendiendo que el mal tenía buen gusto.

Este año se conmemora un siglo de la muerte del compositor Gustav Mahler, nacido en Kalištĕ, Bohemia, actualmente República Checa. Su muerte fue en Viena, 1911. Aunque falleció a los 50 años todo indica escogió esa ciudad para morir.  Son muchos los datos sobre Mahler, quisiera comentar solo tres aspectos fundamentales en su vida antes de referirme al concierto.

Como trabajador fue una  persona incansable, disciplinado, visionario y reformador, su vida laboral la inició a los 21 años de edad  y rápidamente fue ascendiendo debido  a su talento como compositor, tanto así que fue elogiado por Strauss y Tchaikovsky. El verano se lo dedicaba a la composición y el resto del año a sus labores de dirección orquestal.

Su esposa era una bella mujer, la encantadora Alma Marie Schindler, su primer beso fue con el pintor Gustav Klimt, amigo de su padrastro. Se casó con Mahler a los 20 años y tuvo que renunciar a su profesión de compositora por su matrimonio, tuvieron dos hijas María que murió con tan sólo cinco años y Anna. Esta relación término bastante mal, Alma se enamoró del arquitecto Walter Gropius y debido a este dolor Mahler visita al psicoanalista Sigmund Freud.

Mahler era un hombre apasionado o eso deducimos gracias a sus cálidos  romances con Johanna Richter en Kassel. En Leipzig, con Marion von Weber. La violinista  Natalie Bauer-Lechner en Budapest y la soprano Anna von Mildenburg en Hamburgo.

Una de las frases más dicientes de Mahler fue Soy apátrida por triplicado: nativo de Bohemia en Austria, austríaco entre los alemanes y judío en todo el mundo. Siempre un intruso, nunca bienvenido.  Judío de nacimiento, Mahler tenía muchas dudas religiosas, se convirtió al catolicismo además admiraba a Nietzsche y su espíritu ateo.

Su Octava sinfonía también conocida  como la sinfonía de los Mil, debido a la cantidad de músicos que lleva la obra coral, dividida en dos partes, dirigida por el mexicano Enrique Arturo Diemecke, notablemente emocionado tanto que repitió, después de más de diez minutos de aplausos, el último movimiento de la segunda parte e invitó al público a cantar en alemán el texto el Fausto de Goethe.

Un escenario sorprendente con 20 violines I, 18 violines II, 16 violas, 14 cellos, 10 contrabajos, 2 arpas, 6 flautas (2 de ellos piccolos), 4 oboes, 1 corno ingles, 2 clarinetes Mi b, 3 clarinetes Si b, 1 clarinete bajo, 4 fagot, 1  contrafagot, 8 cornos, 4 trompetas, 4 trombones, 1 tuba, timbal, 3 percusiones, 1 mandolina y una banda interna compuesta por 4 trompetas y 3 trombones. En Voces, 3 sopranos, 2 mezzos, 1 tenor, 1 baritono, 1 bajo. 2 coros mixtos cada uno de 100 personas y un coro de 55 niños.

Transmisión por radio, internet  y televisión. Muy pronto el concierto en formato Dvd  y la única queja de los entendidos, fue que al terminar la primera parte irrumpieron la transmisión para emitir noticias deportivas. Gran error porque el intermedio no dura más de cuarenta segundos  y aunque no era apropiado aplaudir en ese receso, el público lo hizo a rabiar secundado por el maestro Enrique Diemecke.

 

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