Asamblea en la Universidad

10/23/2020 - 10:55

Alguien estrena ahora una Asamblea, esa expresión genuina, directa e integral de la comunidad. Lo hace la Universidad Distrital Francisco José de Caldas; por cierto, en unos términos alternativos, diríase casi revolucionarios; no por ello, altisonantes o meramente retóricos.

Desde el inicio de los años 70, sus estudiantes se congregaban para hacer los justos reclamos del momento. Mientras en la Nacional, la multitud se reunía en los predios que rodeaban al edificio de sociología, en la Distrital al ritmo de las mismas reivindicaciones de autonomía y universidad científica y de masas, los estudiantes, sobre todo los de electrónica y del grupo de teatro, levantaban una mesa directiva en la mitad de la carrera octava y, a su alrededor, dejaban escuchar el eco de sus peticiones.

Hoy no se trata de asambleas o mítines para alentar la movilización en el contexto de una coyuntura con exigencias inmediatas. La cita es para darle vida a un mecanismo durable de representación, con la meta de elaborar propuestas que hagan avanzar a la Universidad y que construyan un hilo interno más fuerte de identidad entre sus estamentos y las líneas misionales.

La Asamblea Universitaria, conformada por 100 delegados elegidos; aceptada antes por las instancias de gobierno interno; y reclamada con razón por los estudiantes; se convierte en un espacio político sui generis, pues reúne elementos de una democracia subalterna, la que emerge desde abajo; pero también incorpora componentes de institucionalización, en la medida en que se acoge a unas reglas previamente establecidas y mantiene una vocación de gobernabilidad para propiciar reformas materializables.

Es, a la vez, un espacio lleno de espontaneidad y un mecanismo normatizado; y lo es tanto para el discurso como para la praxis; un instrumento hecho para la imaginación y para la innovación cultural. Entre el discurso y la praxis florecen las ideas. En ese sentido, debiera ser una plataforma para estas últimas. Ahora bien, no hay que olvidar: las ideas no germinan aisladas; no prosperan solamente en algunas conciencias solitarias e iluminadas. El debate público y las ideas caminan juntos, siempre y cuando el primero sea democrático y esté cargado de un alto sentido ético; es decir, que no rehúya a la verdad ni la pervierta.

Jean Jacques Rousseau tuvo siempre una concepción republicana, según la cual, el contrato social debía estar asistido por un rasgo singular, el de la voluntad general; mientras que esta conseguía existencia, por obra y gracia de la deliberación; es decir, a través de una discusión sobre los asuntos públicos. Es la dimensión deliberativa, algo que le da sentido a la democracia, no solo como representación, sino como comunidad política apoyada en el diálogo razonado.

Por su parte, Habermas está convencido de que la reflexión, de la que surgen los razonamientos elaborados y las ideas-fuerza, en vez de ser un ejercicio aislado, debe ser una práctica intersubjetiva.

La democracia deliberativa da oportunidad para esa reflexión colectiva, a través del intercambio de propuestas, respaldadas por argumentos. Emergen así las posiciones razonadas, con cierta potencia para provocar acuerdos; y, por tanto, para dar lugar a ciertas políticas legitimadas.

Posturas críticas, pero al mismo tiempo alta exigencia en la argumentación, son ambas, las condiciones para los consensos y para la validez de los acuerdos y la “voluntad general”, aquella con la que soñaba Rousseau. Solo que ahora debiera estar reelaborada en los términos de un diálogo, el mismo que cumpla con las reglas de la imparcialidad, sostenida por los participantes, hasta donde sea posible, lo que implica un esfuerzo intelectual y moral, desde luego.

La Asamblea Universitaria puede convertirse en una arena moderna, ágil y fresca, para el combate de las ideas; pero, así mismo, para el diálogo informado y sobre todo para la argumentación. En la construcción social, esta operación conduce a verdades legitimadas por los acuerdos entre los sujetos. La aceptación más o menos generalizada sobre el cambio climático puede ilustrar esta afirmación. En el mundo de lo público, el proceso similar de encontrar acuerdos legítimos, daría paso a políticas reconocidas, con incidencia social. Por ejemplo, puede suceder que ciertas reformas académicas y administrativas de la Universidad se conviertan en una voluntad general, en un consenso en torno del cual se une la comunidad para avanzar en transformaciones.

Si el debate político suele estar poblado por mentiras, manipulaciones y desinformación, cabe la siguiente pregunta: ¿por qué no ofrecer un paisaje alternativo en la universidad? Para que desde distintas “verdades” de identidad parcializadas, sea posible encontrar nuevas verdades comunes, propiciatorias del cambio en la institución ¿Por qué no intentarlo y de paso sacudir el muy conservador mundo universitario, retórico menudo, pero rígido al mismo tiempo?

Rector, Universidad Distrital.

@rgarciaduarte

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