¿De lo malo lo mejor?

06/02/2011 - 08:11

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En palabras de Mario Vargas Llosa, el próximo domingo los peruanos se verán abocados a escoger entre “el sida y el cáncer terminal, que es lo que serían Humala y Keiko Fujimori”.

Una metáfora poco afortunada para un Nobel de literatura, sin duda, pero que pone de presente la encrucijada de una sociedad que en las últimas tres décadas, luego de silenciados los sables y con el advenimiento de la transición democrática en 1980, cada cinco años se ha enfrentado a la escogencia del mal menor. De ahí que en las últimas semanas el “establishment” limeño, en su gran mayoría, concluyera que son tantos y tan evidentes los peligros que supone una presidencia de Ollanta Humala para el estado de cosas imperante que, así sea con tapabocas, este domingo es necesario votar por Keiko. A pesar de todo, se repite en la gran prensa, representa de lo malo lo mejor.

Por extraño que parezca, la única alternativa para el Perú, de acuerdo con sus propias élites, es la elección de la hija del ex presidente Alberto Fujimori, quien luego dar un golpe de Estado e imponer un régimen cleptocrático y violador de los Derechos Humanos durante los años del ajuste estructural, huyera a pocos meses de iniciado un tercer mandato que obtuvo, como era de esperarse, por medio del fraude electoral. Y aunque el Perú parece hoy, más que nunca, enfrentarse a una situación límite para la pervivencia de su democracia, ésta es el resultado de déficits institucionales no resueltos desde los primeros años de la transición, vinculados a dos procesos concomitantes que hoy parecieran haber tocado fondo.

En primer lugar, la persistencia de una sociedad tremendamente desigual que, a pesar de contar con ciclos económicos expansivos, es manejada por una casta que parece no estar dispuesta compartir el banquete del crecimiento de los últimos años con sectores más amplios del país. En segundo lugar, la bajeza de una dirigencia que, por miopía y mezquindad, ha instrumentado sistemáticamente el miedo con fines electorales, logrando con ello reducir la posibilidad de un debate amplio sobre aspectos centrales de su propia sociedad y llevando a la completa destrucción de su moribundo sistema de partidos.  

Lo primero explica por qué, con un crecimiento del 9% en el último año, los candidatos que representaban la continuidad de un modelo económico exitoso (Toledo, Castañeda y PPK) se vieron superados por un líder populista -con las implicaciones que esto supone dentro de la jerga de la ortodoxia económica- y por la más viva representante de una forma corrupta y patrimonialista de concebir la política y el manejo del Estado. Ese tercio de peruanos que carecen por completo de saneamiento básico, por ejemplo, expresaron su inconformismo y pusieron en jaque la continuidad de un sistema que hoy parece tornarse insostenible.   

Lo segundo ha derivado en la escogencia de candidatos que, sin ningún manifiesto consistente, ni una estructura partidista que lo soporte, han optado por modelos decisionales que dejan de lado la representación, y con ello la deliberación, y se sitúan en los márgenes autoritarios propios de la delegación que, como bien lo señalara O’donnell hace más de 15 años, privilegian la discrecionalidad a la institucionalización y, por tanto, quienes detentan el poder tienen “derecho a gobernar como el (o ella) considere apropiado, restringido solo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un periodo de funciones limitado constitucionalmente”.

De esta manera, los estragos económicos de los desastrosos gobiernos de Fernando Belaunde Terry y Alan García (últimos representantes del tradicional sistema de partidos) en la década del ochenta, llevaron a la propagación de la Miedocracia (en la cual se acude a los instintos de supervivencia más primarios para movilizar intereses electorales), satanizando cualquier opción que supusiera una vuelta al pasado inmediato, bajo la expectativa de no perder las prebendas y los beneficios heredados, aun cuando esto diera como resultado la elección de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y, la vuelta al mismo por parte de Alan García.

Lo anterior pudiera explicar, en parte, la encrucijada en la que se encuentra el Perú y que tendrá que sortear el domingo próximo. Sin embargo, esta no es entre el cáncer terminal y el sida, sino entre la posibilidad de plantear pequeñas reformas a un modelo económico que, a pesar de sus bondades para la acumulación del capital, parece no resolver los problemas más apremiantes de los sectores marginados y periféricos de dicha sociedad, como las planteadas por Ollanta Humala, o bien, la de resguardar los intereses de los sectores medios y hegemónicos que, en eras de no poner en riesgo su propia estabilidad, a partir de un miedo infundado e irracional, parecen no medirse a la hora de apoyar una candidatura como la de Keiko que, no solamente auspiciará la impunidad a los desafueros que tuvieron lugar durante el gobierno de su padre, sino que pudiera llevar a la ruta del autoritarismo y, por que no, a la quiebra de la propia democracia.

www.canibalismocolombiano.blogspot.com

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